miércoles, 22 de diciembre de 2010

En el Cottolengo

Poco a poco se va acercando otra vez el milagro de la Navidad (no confundir con la magia de la Navidad, esa ya hace un tiempo que nos está dando la brasa desde cualquier centro comercial) y es en estos días en los que, por ese milagro, hay gente que tiene una comida que llevarse a la boca gracias a campañas que se ponen en marcha y a gente caritativa.

Hoy he participado llevando alimentos al Cottolengo del padre Alegre, en Algete. Un lugar donde las niñas y mujeres enfermas sin remedio tienen su casa. La primera en la frente, sin remedio, sin solución. En su mayoría impedidas físicamente o con enfermedades psicológicas.

No se trataba simplemente de llevar alimentos, recibir la bendición de las monjas y volver a casa. Lo importante es dar un poco de calor a esas mujeres cogiéndolas de la mano, brindando una sonrisa, ayudarlas a cenar... y la recompensa no ha sido solo ver que se sienten queridas, atendidas por cientos de manos que pasan por allí, sobre todo en estas fechas. La recompensa es ver a los ocho alumnos que nos han acompañado darse a ellas.

Me voy a quedar con la imagen de una de las alumnas, de esas que has visto crecer durante años, con corazón decidido, con mirada fija en la mujer a la que atendía, y la cuchara llena de puré temblorosa llegando a su boca, una y otra vez. A cada momento más firme la cuchara y menos serio el rostro. En el postre, la cucharada de yogur no temblaba, y la cara de la alumna sonreía. Por mucho que fuera lloviera, yo no dejaba de ver el sol.

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