domingo, 27 de marzo de 2011

San Egidio

Tranquilos, no voy a cambiar el blog y a transformarlo en una enciclopedia hagiográfica. Aunque sí quiero hoy dar a conocer a unos santos de andar por casa, los de la comunidad San Egidio.

Ayer tuve la gracia de vivir otro momento de comunión con mis chicos del colegio. Fuimos a pasar la tarde con gente de esta comunidad que, en el corazón de Madrid, preparan todos los días bocadillos y sopa para dar a sus amigos, como ellos nos contaron. Amigos que, por desgracia, tienen que mendigar y ,muchos de ellos, dormir entre cartones.

Todos los días salen desde su casa de la calle del Olivar, cerca de Tirso de Molina, y se dirigen a la iglesia del convento de Agustinas Recoletas, precioso templo barroco en la calle Santa Isabel, para rezar unidos a los voluntarios que se ofrecen cada día a servir cenas.
Después los miembros de la comunidad reparten los carros con bocadillos y los termos entre los voluntarios y se dividen en grupos hacia distintas partes de la ciudad. Ayer bajamos un poco hasta la bifurcación de Santa María de la Cabeza y Ronda de Valencia. Allí nos quedamos donde ya había gente esperando por esa caridad diaria. Fue visto y no visto cómo manos nerviosas,manos curtidas, manos sucias, manos incluso de niños, acudían a recoger bocadillos preparados, esta vez, a 30 km. en un aula de bachillerato, con la ilusión de un puñado de jóvenes dispuestos a ofrecer un granito de caridad.

Algunos deboraban allí mismo, otros se retiraban unos metros en la acera, pero todos con miradas de afecto que en ese momento afloran ante la tristeza y el castigo de unos ojos de calle. Frente a ellos, los ojos de los chicos, voluntarios por un día, tímidos, estupefactos en su mayoría. Por más de uno pasó el "¿Y qué le cuento yo ahora a este pobre?". Alguna, la más atrevida, reblandecida quizá por ver a una niña entre todos esos indigentes, dejó aflorar su compasión acercándose a ella. Ese gesto de Dios vivo hizo que los demás fueran cogiendo confianza y se acercaran a hablar, a cruzar aunque fuera un saludo amable.

Y entonces llegó Juan, que se cabreó sin fruncir el ceño porque ya era tarde y se quedó sin bocata. Le observé, pequeño, enjuto, no creo que llegara a los 50 kilos. Nervioso, salía del corrillo con un vaso de colacao, volvía a entrar. Se ponía a murmurar, hasta que, de una pequeña bolsa de papel, sacó una revista de testigos de Jehová, y con un mechero linterna nos mostraba, de forma entrecortada, pasajes apocalípticos (de ahí que le haya puesto Juan). Nos contó que llevaba diez años en paro, que antes había trabajado en la hostelería... pero se le iba la conversación y volvía a su folleto y su linterna y a su todo esto se va a acabar. Mostraba la candidez del que no está cuerdo, la que hace mella en el corazón del otro. Entonces se fue, pensando en llegar más pronto otro día para no perder bocado, y nos quedamos sin pobres, caminando en dirección al tren.

Eché la vista atrás, cuando esperábamos en un paso de cebra. El mismo sitio en el que la esperanza se había posado, en forma de cena, ahora era ocupado por jóvenes dispuestos a reventar la noche por cualquier costado. Otro cambio de personajes dentro del escenario en este teatro de la vida.

domingo, 6 de marzo de 2011

A 251 km/h.

A esa velocidad sacó ayer Ivo Karlovic en el partido de dobles de la Davis entre Croacia y Alemania. Imparable, bestial, tremendo... Lo que quieras, Ivo, pero perdisteis el partido ante los teutones. Hay que ahorrar en potencia, Ivo. No vayas tan deprisa... Haz caso a los consejos de Rubalcaba... ¿no? Y date con un cantito en los dientes que no jugaste en España, porque el juez de silla te hubiera quitado la raqueta y te hubiese retirado el carné de tenista profesional...