lunes, 30 de marzo de 2009

Sobre Jordi Sierra i Fabra

Siempre procuro leer una obra al año de Jordi Sierra i Fabra, buscando en ella algo que enganche a los jóvenes alumnos a los que doy clase. Desde que alguien, hace ya veinte años, me regalara El joven Lennon por mi prematura pasión por el rock de los 60, he tenido en buena estima a este autor tan prolífico (si no ha escrito cien libros no ha escrito ninguno). Tiene muy buenas obras de problemática juvenil y, como digo, a mis alumnos les gusta. Y ahora que tengo tiempo me he leído una novela de hace unos años titulada 97 formas de decir "te quiero", que no está nada mal, y de donde saco un párrafo que, como en varias obras suyas, habla de rock (de lo que sabe el autor una "jartá"):

Las alegres notas de un tema explosivo le llegaron a través de los auriculares. Le gustó de inmediato. A veces se sorprendía del montón de cosas buenas que desconocía. Estaba seguro de que si aquel disco se editara en este instante, sin decir que era de veinte años atrás, mucha gente joven lo compraría, lo bailaría y lo convertiría en un hit. La música de los sesenta, los setenta y los ochenta era brillante. La de los cincuenta le sonaba más antigua, pero desde los sesenta, cuando los estudios de grabación empezaron a beneficiarse de la tecnología,no había grandes diferencias. Cada dos por tres se insertaba algo de esas décadas en un anuncio, y todos se volvían locos con el "hallazgo".

Ésto lo escribió en el 2000, y qué razón tiene (bueno, yo incluyo los cincuenta aunque la tecnología no fuera la misma). Me he sentido identificado con el protagonista porque todavía me sorprendo gratamente con temas que desconozco de esas décadas (por desgracia, cada vez tardo más en sorprenderme). Y también hay artistas que hacen versiones de temas antiguos y los jóvenes de ahora los toman como nuevos como Beggin' de Madcon (me costó saber que era una versión de FrankieValli and The 4 seasons). Y por último, y enlazando con este tema, lo utilizan ahora en un anuncio de ropa deportiva (con Beckam incluido), ¡qué "hallazgo"!

jueves, 26 de marzo de 2009

"Acajonado"

¡Qué manía con deshumanizarlo todo!

Me da rabia, desde que empecé a trabajar, que en las empresas, de repente, se cambió el título de personal por el de recursos humanos. Y ningún trabajador hizo huelga por esto, ya que no atañía al sueldo, pero yo me sentí para la empresa con el mismo rango que la máquina que manipulaba, que era otro simple recurso para el beneficio del empresario.

Y así seguimos.

Hace dos días me fastidié la rodilla y me llevaron de urgencias al nuevo hospital de Parla... y me metieron en boxes, como si fuera el coche de Alonso dispuesto a ser reparado. Eso es lo primero que pasó por mi mente "No estoy en una sala de urgencias, sino en una box 03, como reza el cartel de la puerta, enfrente de la box 02 donde le están reparando el cigüeñal a uno que lo traía roto." ¡Qué triste!

Yo sabía que lo mío no era grave pero pensé en el que entrara en urgencias con la vida pendiente de un hilo y viera que, directamente, le metían en una caja...

lunes, 23 de marzo de 2009

Mira dentro, ¡ahora!

Estoy recordando los momentos en los que el verano pasado leía tranquilamente algunas tardes en la playa La elegancia del erizo, una buena novela, por qué no decirlo, y luego subía la cuesta de la playa al apartamento, pero sin cantar versiones de The Beatles como los chicos del cuento de abajo, sino escuchando música en el mp3. Recuerdo cómo se me iban los pies funkandoleando, rocanroleando calle arriba con algunos temas de The Right Ons, el mejor descubrimiento de música que hice el año pasado. Agitaba el brazo como si tuviera una pandereta golpeando contra mi muslo mientras algún guiri me miraba atónito no sé si por el espectáculo o por mi mal cantar en inglés. Daba igual, yo iba puesto con The Right Ons...



Acabo de abrir su segundo CD Look inside, now! (sí, lo he comprado, ¿qué pasa?), toda una sorpresa, refrescante para esta calurosa primavera anticipada que llevamos. Espero que disfrutéis de su fuerza, de sus ganas de hacernos mover con buen rocanrolsoulfunk. Podéis incluso bajaros gratis el tema Thanks en http://www.myspace.com/therightons . Imprescindibles para divertirse.




Si miras dentro, como dicen The Right Ons, pues aparecen ellos descansando pero, sobre todo, su música.

jueves, 19 de marzo de 2009

CON VISTAS AL MAR

Para Mr Tucumán y señora, feliz día. Creo que os lo prometí en una noche veraniega. Sólo espero que disfrutéis con este equeño relato.

CON VISTAS AL MAR

Las calles apestaban a cloaca. Ese olor nauseabundo del verano y una canícula insoportable en la gran ciudad fueron los detonantes para no aguardar a mi mujer. El apartamento de la playa nos esperaba, pero yo decidí adelantarme unos días antes de que a ella le dieran las vacaciones. La comprensión de mi mujer hizo que mi cara tuviera una sonrisa de niño pequeño mientras metía la ropa en la maleta. Por supuesto, con el bañador en una mano para dejarlo en último lugar, ya que era lo primero que sacaría nada más entrar al apartamento por la tarde.
El ansia por llegar sólo agudizó que el viaje en coche se me hiciera más largo y me preguntara constantemente si, por las prisas, me había despedido o no de mi mujer. O peor aún, si mi beso de despedida le había sabido a nada mientras que, a mí, a playa. Aunque el pensamiento de culpa se desvaneció según llegué, abrí las ventanas y, mientras me deleitaba con la vista, me imaginaba ya el contacto frío del agua en la piel. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba pisando la arena fina de la playa. Sigo zambulléndome la primera vez como cuando era niño y entraba corriendo al agua hasta que las piernas no daban más de sí y… ¡splash! caía en plancha sobre las olas. ¡Qué sensación! Y allí estuve, a cien metros de la orilla, donde el mar está delimitado por boyas para los bañistas, flotando como una más, como un cuerpo inerte, boca arriba, sin oír ni gente en la playa, ni olas que rompen cerca de la orilla… Todo lo contrario, oyendo la paz del silencio, calma para un urbanita, hasta el anochecer.
El mar cansa, así que, de camino a casa, me arriesgué a contraer la salmonela y me tomé un sándwich de cangrejo de la máquina expendedora del chiringuito. Después fue llegar, abrir la puerta y, sin quitarme el bañador, caer a plomo, dejando que la viscoelástica se hiciera cargo del volumen de mi cuerpo.

Amanecí bien entrada la mañana y, al sentarme en la cama para desperezarme, sentí que el suelo era algo extraño. Puse el pie en el gres y aquello se pareció a la huella de un astronauta en la luna. Había un polvo de escándalo, con perdón, (aunque esto no se ponía nunca, hay que pedir perdón, ya que en los tiempos que corren todo lo que se dice parece tener, por naturaleza, doble interpretación, y una de ellas siempre tiene connotaciones sexuales), un polvo (perdón otra vez) que con las ganas de playa con las que llegué me pasó desapercibido. Así que, antes de tomar siquiera un café, saqué la aspiradora de su guarida.


A medio día bajé a la piscina para refrescarme de la paliza limpiadora. Saludé a Emilio, el portero, que andaba en su garita ordenando el correo. Hablamos un rato de cómo nos iba la vida hasta que me despedí:
- Bueno majo, voy a darme un chapuzón en la piscina.
- Este año tenemos una chica de socorrista en la piscina –me dijo el portero.
- Hmmm… intersante… -dije guiñando un ojo pícaramente mientras me alejaba de su mostrador.
A cualquier hombre le dicen que en la piscina hay una socorrista y, lo primero que piensa es en simular ahogarse para que le haga el boca a boca.
Al verla supuse que estaba en forma, en incluso buena (forma), aunque con una camiseta dos tallas más grande de la Cruz Roja y unas gafas de sol que le cubrían la cara, uno no podía sacar muchas conjeturas, así que, pasé del voyeurismo y me dediqué a nadar para hacer un poco de hambre.

Después de la siesta me animé a bajar al campo de fútbol-sala que había en la urbanización al lado de la piscina. Pensaba que los jóvenes ya sólo se echaban pachanguitas de voley-playa en vacaciones, pero no, estaba equivocado. Bajé a quitarme el mono: llevaba dos semanas sin hacer deporte. Al verme me aceptaron enseguida. Puede que les gustara eso de jugar con un tío más mayor, quizá por reírse de él, quizá porque tuviera más experiencia en el juego, no lo sé, ni quiero darle importancia. A los veinte minutos pararon para descansar. Lo vi aceptable ya que el calor estaba haciendo mella.
Poco después, al terminar el segundo tiempo, nos lanzamos a bomba en la piscina. Me dejé arrastrar por esa explosión de jolgorio en el agua. Supuse que la socorrista ya estaba acostumbrada a esta espontaneidad juvenil tras los partidos de la tarde, y no dijo nada. Incluso algunos chavales bromeaban con ella. Aquello duró un rato, y el primero en abandonar el gamberrismo acuático fui yo, que me marché secándome camino de casa.

Después de cenar bajé a dar una pequeña vuelta y abandonarme en una terraza junto al mar con un combinado de ginebra en la mano. Cuando salía de la urbanización, los muchachos del fútbol alborotaban tras de mí, camino de los bares que se veían desde casa allí al lado. Me volví y me conocieron enseguida, invitándome a unirme a ellos con sus gestos y vítores.
Los aires de fiesta, de marcha, de ganas de evasión, se reflejaban en Strawbwrry fields de los Beatles versión española y con letra cambiada: todo un insulto. Por lo visto se había convertido en el himno de aquel verano para los jóvenes a la hora de bajar la suave cuesta hacia el mar “déjame que te lleve conmigo porque voy a la arena ya, nada es real, y nada tienes que temer… me voy a la playa para siempre”.
Llegamos a un garito donde habían quedado con una tal Gabriela de la que había ido oyendo su nombre e intuyendo sus medidas a lo largo del camino. Fue una sorpresa ver que, con quien habían quedado era con la socorrista. Me quedé quieto, mirando embobado cómo los pantalones pirata blancos se ceñían a sus caderas de métrica noventa. Los hombres somos así, no es que se me estuvieran pegando los pensamientos sexuales de aquellos jóvenes.
Me presentaron. Ella sonrió:
- Sí, le conozco. Estaba jugando en la cancha y luego estuvo en la piscina, bromeando con los muchachos… ¿También le engañaron para venir acá?
- No… me uní a ellos por el camino… Eh… ¿Te apetece una copa?
Yo me moría por tomar algo, por la humedad de la noche, por la mujer que tenía delante y por cómo me ponía su acento argentino. Hacía mucho que no intimaba con una desconocida. Me puse nervioso, no sabía qué decir, y no dije nada. Ella pidió un Martini y se puso a hablarme como si nos conociéramos de toda la vida. Me empecé a sentir a gusto y, lo peor, al rato dejé de escucharla y, simplemente asentía, sonreía y me deleitaba con su cara.
Volví a escuchar cuando alguno de los chicos, celoso, venía a llevarse a Gabriela a la pista de baile. Ella rehusó un par de veces, y a la tercera fui yo el que, harto de beber mientras la miraba, la animó a bailar con el resto de aquella panda.
Eso fue otra cosa que también hacía mucho que no hacía y de la que siempre me habían calificado como un patoso pero, al oír “Aires de libertad, sangre combativa”, se me fueron los pies y comencé a bailar diciendo “Hey, chicos, esta es de mi época”. Y daba pasos hacia un lado, girando sobre un pie y volviendo a cruzar las piernas gritando “¡Hey! ¡Hey! ¡Matador!”, lo cual hizo que algunos me siguieran pero, sobre todo, que Gabriela encendiera unos ojos preciosos y sonriera al verme tan divertido.
Era un baile absurdo, simplemente ir de un extremo a otro de la pista, de lado, giro y vuelta. A mitad de canción la pista se hizo más pequeña de la gente que se fue animando a bailar. Casi al final, Gabriela dejó de mirarme y se puso a bailar justo delante de mí. Había cuatro o cinco filas de personas que iban y venían al compás de los tambores de la canción y la estrechez era tal que el de atrás se pegaba con el de delante. El culo de Gabriela me rozaba y, en broma o no, empezó a hacerlo cada vez más fuerte. Justo cuando el tema acabó, estábamos prácticamente pegados y yo, instintivamente, la agarré pasando mis brazos por delante de su vientre. Asomé mi cara por su hombro derecho y dije que hacía mucho que no bailaba un día de marcha. Ella giró su cara suavemente hacia la derecha, me clavó los ojos mientras aproximaba su cara y me besó con gran fuerza en la boca. Mi asombro no duró nada y la seguí, correspondiéndola con frenesí. Ella terminó de girar su cuerpo y lo estrechó contra el mío. Se notaban sus horas de piscina en sus pechos firmes y en los brazos y hombros torneados que fui recorriendo mientras mis pasos me encaminaban con torpeza, junto a los suyos, hacia fuera.
La luz del paseo hizo que paráramos nuestros besos. Sin hablarnos, nos adentramos en la arena de la playa donde la claridad de la calle se iba perdiendo dando paso a la tibieza de la luz lunar. Nos tiramos sobre aquel manto mullido y fresco por la brisa que pasaba a ras y que fuimos calentando con nuestros cuerpos poseídos por una pasión anárquica en besos y manos que apretaba fuertemente brazos, pechos, piernas… por encima y debajo de la ropa.
-Parate… ¿Qué hacemos acá como dos croquetas rebozándonos en la arena? -dijo sonriendo.-Tenés tu casa acá enfrente. Subamos…
Fue entonces cuando me subió la sangre a la cabeza, ya sin ginebra, y me recorrió un escalofrío mientras pensaba en lo que había hecho.
-No… no… no puedo, Gabriela, -dije mirando a todos lados menos a ella, mientras me incorporaba y me ponía de pie-. Creo que es un error por mi parte…
-No me digas, -dijo seria- estás casado…
Miré hacia abajo y ella se volvió hacia el mar, sentada en la arena con las rodillas recogidas contra su pecho. Intenté decir algo, pero fue un intento vano. Me di media vuelta, todavía cabizbajo, y me marché.

Entré en el apartamento. Ni siquiera encendí la luz. La claridad de la luna entraba por la puerta de la terraza. Fui en busca de la brisa que penetraba a través de ella quitándome la camisa mientras hinchaba los pulmones. Noté el olor a tabaco de vainilla que usaba mi mujer. Pensé por un momento que podía haber adelantado el viaje. Al salir a la terraza miré a la izquierda. Sentada junto a la mesa fumaba tranquilamente. No me miró, mientras daba la última calada con los ojos fijos en la playa, el frío inexistente recorría mi cuerpo erizándome el vello. Sólo dijo lo bueno que era tener un apartamento con vistas al mar.

domingo, 15 de marzo de 2009

Regalo de cumpleaños

Decía Borges (el de las nueces que nos gustan no, el de los cuentos que nos deberían gustar, ese) que en su cumpleaños se sentía algo así como un impostor. Que por el mero hecho de haber nacido un día determinado, la gente te felicitaba y te hacía regalos. Él, de niño, y como genio que ya era, pensaba eso, que era un impostor, porque no había hecho nada, tan solo ser niño, y le regalaban juguetes o libros... Yo no sé si sentirme impostor o no, el caso es que me han hecho varios regalos hoy. Y a mi edad, con tan sólo llamadas o mensajes se conforma uno, pero se agradecen los regalos materiales. A mí me hacen ilusión, y más hacerlos yo. Así que ahí va uno.
Hace unos días un compañero me dijo que él ya no se bajaba música de emule y otras gaitas, ¡qué buen consejo me diste!, que lo mejor era ir a youtube, que allí está todo, coger la dirección de la canción que quieras y luego ir a www.vidtomp3.com. Ahí tenéis los pasos para convertirlo en un archivo mp3. Para mí, todo un hallazgo. Estaba harto de no poder bajarme un montón de temas de los que carece mi discoteca. Cada vez pienso con más frecuencia lo indispensable que se ha vuelto la informática, pero más bueno es tener al lado a un informático que esté al día con las nuevas tecnologías.

Salud (que es el mejor regalo)

martes, 10 de marzo de 2009

sábado, 7 de marzo de 2009

El viejo Clint

Una vez leí o quizás escuché que, cuando se va al cine y tu culo no se mueve de la butaca ni un centímetro desde que empieza la película hasta que acaba es que la película es buena. Bien, pues hacía mucho que no me pasaba hasta que ayer vi Gran Torino.
Hace mucho ya que Eastwood pasó de ser ese tipo que parecía que sólo actuaba con los ojos, con papeles de tipo duro y parco en palabras (aunque no ha variado mucho el registro) a que todo el mundo se rindiera a sus pies como director. No sé si le queda algún género en el que le merezca la pena hacer una gran película, sólo sé que, en cuanto a un aercamiento a la realidad social americana, lo ha bordado. Imprescindible.

martes, 3 de marzo de 2009

Cadillac Records

Entre tanta película premiada o simplemente nominada para los Oscars (¿tengo que poner el copyright como superíndice o no pasa nada?) yo el viernes me decanté por una que espero que no esté premiada, pero que merece la pena si eres de los que le gusta el rock: Cadillac Records. Merece la pena por la nostalgia de los 50 y de cómo surgió uno de los sellos de blues más representativos de la época, por no decir el mejor, Chess Records. Una película con su atractivo holliwoodiense (el protagonista es Adrien Brody y como secundaria y productora está una espectacular Beyoncè Knowles) muy bien ambientada aunque bastante coja. Es normal, fueron tantos los bluesmen que pasaron por Chess que no se puede uno centrar en tres o cuatro artistas. Sí que es cierto que Muddy Waters representa el blues, que Chuck Berry es el sonido del rock'n'roll y que Etta James es la dama de las baladas pero, amén de otros secundarios que aparecen (Willie Dixon, Howlin' Wolf...) hay grandes pesos pesados que pasaron por Chess. Es normal que no aparezcan, si los fundadores fueron los hermanos Leonard y Phillip y sólo aparece el primero, es lógico que también aparezcan la mitad de los grandes artistas que por Chess Records pasaron. Y no vemos a John Lee Hooker, o a Bo Diddley y su guitarra cuadrada.
Es una pena que el director (mejor ni nombrarlo) se recree en primeros pero que primerísimos planos y unos personajes nada definidos en cuanto a sus diálogos.
Eso sí, merece la pena la música (¡cómo no!), los Cadillacs, los suburbios de Chicago y en especial, la actuación de Beyoncè (Etta James). Como ella misma canta, At last, al final, no está mal como entretenimiento...