Soy un morlaco con querencia a las tablas, a las del tendido de sol que en este ruedo de piel de toro son las que asoman al Mediterráneo. Soy hijo de ese mar como los que vivieron aquí hace dos mil, tres mil años... Y como desde aquí no lo veo, tengo esa querencia, y voy allá, a las tablas, a la orilla se ese mar de vez en cuando. Ya le estoy echando de menos desde la última vez.
Del Mediterráneo hablaban la otra noche en un debate político, y uno de los invitados me hizo abrir los ojos. ¿Quiénes somos nosotros para partir el mundo en Oriente y Occidente? Desde que el mundo es mundo todas las sociedades han bebido unas de otras y todas, en su mayor o menor medida, han ido poniendo sus granitos en todas las costas del Mediterráneo, de Algeciras a Estambul, como canta Serrat. No sé si el mar hermanaba o no pero, aunque suene utópico, es lo que deberíamos hacer, hermanarnos alrededor del Mediterráneo, donde hay todo tipo de cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes... hasta coptos en Egipto), judíos, musulmanes, minorías tribales, ateos... de todo, y todos salidos del mismo mar.
La puntilla me la ha dado Pérez-Reverte en el semanal, del que reproduzco parte del final:
"El sabor de los boquerones y las sardinas que asa Rafa en el bar es idéntico al que conocieron quienes, hace nueve o diez mil años, navegaban ya este mar interior, útero de lo que fuimos y lo que somos. Comerciantes que transportaban vino, aceite, vides, mármol, plomo, plata, palabras y alfabetos. Guerreros que expugnaban ciudades con caballos de madera y luego, si sobrevivían, regresaban a Ítaca bajo un cielo que su lucidez despoblaba de dioses. Antepasados que nacieron, lucharon y murieron asumiendo las reglas aprendidas de este mar sabio e impasible."
1 comentario:
Pobres de nosotros, habitantes de la dura meseta, que no conocimos las sardinas, que apenas nos hermanamos sino a base de hierro, que necesitamos de ese mar, que no es nuestro, para purificarnos...
Yo también me quiero Mediterráneo...
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